lunes, 5 de octubre de 2009

El deseado encuentro


Era un soleado día de 1495, y la luz se filtraba por las contraventanas del palacio. El molesto sonido de la campanilla de la doncella hizo despertar a Juana, que se incorporó lentamente en su amplia cama con dosel. Como cada mañana, el desayuno fue llevado a su habitación; acto seguido las doncellas la asearon y ayudaron a Juana a ponerse uno de sus mejores vestidos, rojo con lazos de oro, perfecto para la ocasión.
El carruaje real la esperaba a las puertas del palacio; el trayecto fue corto, pero a Juana se le antojó una eternidad, pues sus nervios aumentaban a medida que se acercaban al castillo de los reyes de Borgoña. Al llegar allí la Corte ya la esperaba.
La condujeron a la dependecia donde su prometido la esperaba, y en el camino Juana admiró los ostentosos muebles y la lujosa decoración de las habitaciones del castillo. Fue entonces cuando Juana se imaginó su futuro junto a Felipe. En esos momentos, Felipe, acompañado de sus padres, esperaba en la habitación de bienvenida. Aparentaba tranquilidad, pero la verdad era que su estado de ánimo distaba de ser así. Se sentía intranquilo, pues, ¿Que ocurriría si no sentían atracción el uno por el otro?
Por fin tuvo lugar el deseado encuentro entre Juana y Felipe. Desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron sus sentidos se aguzaron y el mundo pareció detenerse. Fue una atracción mutua, cosa que no pasó desapercibida para los reyes y la Corte. Ambos se sintieron cómodos con lo que iba a ser su futuro, y todas las ideas preconcebidas que Juana había tenido sobre su futuro esposo desaparecieron como por arte de magia al ver que era un hombre de apariencia agradable y sumamente apuesto.
Una doncella entró en la estancia y les informó educadamente que el banquete ya estaba listo. Todos se dirigieron al comedor, donde, para disgusto de Juana y Felipe, tuvieron que sentarse en extremos opuestos de la larga mesa. Fue un manjar donde no faltó de nada, y los comensales disfrutaron de una animada conversación mientras los futuros esposos se lanzaban miradas por encima de los suculentos platos. Una vez acabada la comida, decidieron dar un paseo por los agradables y cuidados jardines del castillo y mantuvieron una interesante conversación acerca de la situación de los reinos de España, así como de otros aspectos políticos y económicos. A ella le sorprendía la educada actitud que Felipe mantenía con ella, y a medida que pasaba el tiempo se daba cuenta de cómo sus sentimientos hacia él eran cada vez más fuertes. Juana no solía enamorarse facilmente, pero en aquella ocasión no pudo evitarlo. Durante el paseo Juana fue recogiendo flores de los jardines hasta que obtuvo un hermoso ramo, y Felipe se ofreció, caballerosamente, a acompañarla para pedir a una doncella que colocaran las flores en el jarrón más bonito que encontraran.
Ése fue el primer momento que se encontraban a solas, y Juana no sabía muy bien cómo comportarse; en cambio Felipe no perdió el tiempo: cuando regresaban a reunirse con la Corte y los Reyes se lanzó y besó a Juana en los labios. Juana, asombrada, se apartó bruscamente y miró al suelo mientras le pedía a Felipe que por favor esperara al día de la boda, que aquel acto no le parecía del todo adecuado para una dama como lo era ella. Felipe se encogió de hombros, le dijo que esperaría si eso era lo que realmente deseaba y le propuso seguir al encuentro de los demás. Juana pensó que aquella había sido una reacción digna de un caballero, y no dudó ni un instante que Felipe sería un maraviloso esposo. La pobre no sabía cuán equivocada estaba.

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